James Mattis, ex secretario de Defensa de EEUU, y el general Martin Dempsey. Foto: Myles Cullen |
Análisis
En 2017, el medio de análisis geopolítico The Conversation especulaba sobre un hecho que sería inédito en Estados Unidos: un golpe militar contra el presidente.
Aunque es poco probable que ocurra un evento de este tipo, a juicio del medio algunas corrientes intelectuales y líderes de opinión influyentes han colocado el tema sobre la mesa como nunca antes.
Aunque es poco probable que ocurra un evento de este tipo, a juicio del medio algunas corrientes intelectuales y líderes de opinión influyentes han colocado el tema sobre la mesa como nunca antes.
La errática presidencia de Donald Trump y los conflictos recurrentes con el Pentágono han provocado que la idea de un golpe militar parezca menos descabellada.
The Conversation asumió el riesgo de dibujar un boceto de cómo sería el golpe, qué obstáculos enfrentaría y cuáles serían los elementos favorables.
Argumentan que para los conspiradores del golpe sería clave controlar la red de comunicación del Pentágono (su Centro Nacional de Comando Militar), como también las principales ciudades del país restringiendo el uso de la Guardia Nacional, que en última instancia es competencia de los gobernadores.
El empleo de un apagón cibernético general (posterior a la toma del Comando Cibernético de EEUU) favorecería el golpe, ya que lograría inhibir la reacción de los partidarios de Trump y la masificación de una contraofensiva narrativa para acusar a los militares de romper el orden constitucional.
Los conspiradores deben garantizar un control efectivo de la cadena de mando y evitar la mayor cantidad de deserciones posibles en la capa dirigente de las fuerzas armadas. Aprovecharían la estancia de Trump en Florida (como suele hacer para jugar al golf y descansar) para resguardar su vida y hacerse con el poder político en su ausencia.
The Conversation admite la complejidad de imaginar un escenario como este. Incluso deja como incógnitas el papel que jugaría el Congreso y cómo se desenvolverían los militares frente a una eventual resistencia armada de los seguidores de Trump amparada en los preceptos constitucionales.
Sin embargo, la importancia de este boceto no radica en su precisión sino en cómo el tema del golpe militar ha dejado de ser un tabú en la cobertura de los medios estadounidenses.
El historiador e investigador estadounidense especializado en seguridad y defensa Gareth Porter se ha destacado por narrar los conflictos existentes entre el Pentágono y el presidente Trump desde que asumió la conducción de la Casa Blanca.
Su tesis central es que la postura aislacionista de Trump ha rivalizado con el esquema de “guerra perpetua” del Pentágono, orientada a sostener una presencia militar creciente sobre todo en Medio Oriente con el objetivo de explotar los ingentes recursos presupuestarios que derivan de la fallida “guerra contra el terrorismo”.
La relación entre Trump y el Pentágono es dialéctica y se desarrolla en un contexto de guerra de posiciones. En varias oportunidades Trump ha jugado en llave con los intereses del complejo industrial-militar, aunque en otras ocasiones ha hecho valer sus posturas de retirar tropas en sitios donde cree que es un derroche de recursos financieros.
Desde 2016, distintos jefes militares han ocupado puestos directivos de la Administración Trump, como el general John Kelly (ex jefe de gabinete) o el general H.R. McMaster (ex asesor de seguridad nacional), ambos cesados en sus funciones por el presidente tiempo atrás.
Pero el punto de mayor fricción entre ambas partes fue la renuncia del general James Mattis, jefe del Pentágono hasta finales de 2018, tras la decisión de Trump de retirar las tropas estadounidenses de Siria. La medida fue matizada tiempo después para redirigir las tropas hacia los ricos campos petroleros de la nación árabe, con el objetivo de mantener su extracción ilegal mediante la ocupación militar.
Los efectos del coronavirus dentro del Pentágono volvieron a tensionar las relaciones hace pocos meses. El escándalo de los contagios masivos por Covid-19 en el portaaviones nuclear Theodore Roosevelt que produjo el despido del popular capitán Brett Crozier, y luego la renuncia del secretario de la Marina, Thomas Modly, desnudó una nueva crisis de liderazgo del Pentágono que tiene su origen en las conflictivas relaciones con Trump.
El escenario de protestas masivas y disturbios generalizados en reacción al asesinato policial de George Floyd ha provocado que el conflicto emerja a la superficie. Luego de que Trump invocara una Ley contra la Insurrección de 1807 para desplegar a los militares en la contención de las protestas, el jefe del Pentágono, Mark Esper, mostró su rechazo a la medida y trancó la idea de se jefe.
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Pero el presidente no desiste en su planteamiento de militarizar la respuesta a los disturbios en las principales ciudades del país.
Esta habría sido la gota que derramó el vaso, provocando reacciones en voces de peso en la institución militar.
El analista Jon Bateman explica para Politico que “las barandas constitucionales y la tradición apolítica de los militares estadounidenses se han ido erosionando lentamente en los últimos años”.
Para Bateman el “sistema de gobierno en sí podría estar en peligro, y tal vez antes de lo que pensamos”, producto del persistente empuje de Trump para que la institución militar exceda los límites legales, ya que “ha desviado los escasos recursos militares hacia fines políticos, ha dañado la justicia militar y ha burlado las restricciones impuestas por el Congreso. Cada violación ayudó a allanar el camino para la siguiente”.
Bateman observa como una posibilidad que las protestas se sostengan hasta noviembre e influyan en el resultado de las elecciones presidenciales. Advierte que Trump puede resultar reelecto y que intentaría utilizar a los militares para sofocar nuevas protestas si el resultado es demasiado ajustado como para inferir que ha habido algún tipo de manipulación.
En este marco, las tensiones han escalado un nuevo peldaño. Voces de peso como el general James Mattis o el general John Allen, ambos laureados criminales de guerra en las invasiones coloniales de Medio Oriente, han cuestionado públicamente a Trump, acusándolo de acciones graves como violar la sacrosanta Primera Enmienda y de ser un peligro para el país y para la Constitución.
Ambos han apoyado directamente las protestas, criticando las posturas divisivas y recalcitrantes del jefe de la Casa Blanca. El tratamiento dado a los afganos e iraquíes que sufrieron la invasión estadounidense capitaneada por estos generales, obviamente no contaron con el mismo respaldo.
Estas declaraciones tan inéditas como peligrosas por parte de “líderes militares” convergen con la rebelión de los republicanos anti-Trump en el partido, estimulada por terribles figuras como Colin Powell y el ex presidente George W. Bush. Ha comenzado a tomar forma una alianza entre militares del complejo industrial-militar y de republicanos halcones para socavar la reelección de Trump y obtener una especie de legitimidad carismática en el contexto de protestas, mostrándose como figuras de respeto y garantías a la Constitución.
Juegan a presentarse como una “alternativa” frente al caos de Trump. Es pronto para saber hasta dónde están dispuestos a llegar.
No puede darse por sentado que el boceto de The Conversation en 2017 esté cerca de darse, pero lo que sí es seguro es que las fricciones aumentarán y que la institución militar es cada vez menos fiable como factor de apoyo para el jefe de la Casa Blanca.
Es un escenario delicado. Generales con ascendencia en el Pentágono y en la opinión pública están llamando públicamente al desorden en la cadena de mando y a la anulación de Trump como jefe de las fuerzas armadas. Han elevado las apuestas para que Trump abdique frente al esquema de “guerra perpetua” analizado por Gareth Porter.
Es un escenario complicado y que agudiza las tendencias regresivas y autoritarias de la formación nacional estadounidense.
Como en todo hecho novedoso, ninguna tesis puede describir con precisión la evolución futura de los acontecimientos. Por los momentos, todos los pronósticos son ejercicios de futurología más o menos coherentes.
Y no dejan de ser sorprendentes algunas premisas. Por ejemplo, el columnista de la influyente revista The Atlantic, Franklin Foer, ha utilizado el esquema analítico de la revolución de colores del politólogo gringo Gene Sharp (que encumbró un método de intervención tercerizada que ha sido utilizado por EEUU contra Siria, Ucrania, Libia, Venezuela y otras tantas naciones), para analizar la coyuntura estadounidense actual.
El resultado es alucinante. Foer aplica los conceptos de Sharp (lucha no violenta, revertir las lealtades y la cooperación con el poder instituido, el uso asertivo de los medios de comunicación y de narrativas que socaven la legitimidad de las autoridades) y explica:
“Es sorprendente cómo los eventos en los Estados Unidos, a pesar de todas las imperfecciones obvias de la analogía, han rastreado las primeras fases de esta historia. Esto se puede observar en las imágenes de las multitudes en noches sucesivas, ya que la represión violenta de Trump de las protestas en Lafayette Square solo ha hecho que sus filas se hinchen. Y es posible ver cómo las élites, en el transcurso de unos pocos días, han comenzado a retener la cooperación, comenzando con los círculos externos del poder y rápidamente volviéndose hacia adentro”.
Foer destaca que la decisión de Twitter de etiquetar las publicaciones de Trump como engañosas fue “un momento decisivo”. Pero va más allá. Afirma que se ha puesto “en marcha un ciclo de no cooperación. Los gobiernos locales fueron la siguiente capa de la élite en romper los comandos de Trump. Después de que el presidente insistió en que los gobernadores dominen las calles en su nombre, se negaron rotundamente a intensificar su respuesta”.
“Hasta cierto punto, el ciclo de abandono ya ha comenzado. La excoriación de Jim Mattis por su antiguo jefe hizo que el ex jefe de gabinete de Trump, John Kelly, y la senadora Lisa Murkowski, de Alaska, se hicieran eco de su condena al presidente. A medida que cada desertor gana elogios por su valor moral, incentiva al próximo grupo de desertores”, remata el columnista.
Trump está en una posición delicada así como Estados Unidos desde el punto de vista de su estabilidad interna. La “nación excepcional” se ha transformado en un laboratorio donde se van aplicando todos los paradigmas probados en las intervenciones contra países independientes.
Nada puede darse por sentado, pero lo que sí se puede afirmar es que la crisis en Estados Unidos ha llegado para quedarse, y que las alternativas para darle una solución no serán satisfactorias para todas las élites en pugna.
Los militares juegan con fuego, al igual que Trump.
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