La ciudad de Doral en el sur de Florida fue construida por emigrantes “latinos”, entre ellos pudientes venezolanos y cubanos. Foto: Miami — PFS Realty |
La campaña presidencial estadounidense tiene a Venezuela como un nudo crítico y punto ineludible, tanto para el candidato republicano en busca de la reelección, el magnate presidente Donald Trump, como para su principal rival, el demócrata Joe Biden.
Durante el periplo electoral ambos han fijado posiciones no tan disímiles sobre Venezuela, dándole así un lugar privilegiado como eje temático.
Coinciden en que el país está regido por una supuesta “dictadura” y que, luego de triunfar en las presidenciales, “lucharán” por la “restauración de la democracia” en el país sudamericano.
Las “coincidencias” entre ambos candidatos, que pueden considerarse dentro de la lógica estratégica y andamiaje hegemónico estadounidense, tienen además particulares condimentos. Desde el advenimiento de la Revolución Bolivariana hace más de 20 años, EEUU nunca había asumido una posición tan abiertamente consistente en favor de desmantelar al chavismo en la política venezolana como hasta ahora. Ello, conjuntamente con otros factores intrínsecos al poder norteamericano, dan forma al sitial de Venezuela en esta carrera presidencial.
La lucha contra “la troika del mal”
Trump se ha referido a Venezuela en dos ocasiones durante dos años consecutivos en el Discurso del Estado de la Nación, que reúne al Ejecutivo y a las dos cámaras del Legislativo estadounidense. Es el evento más relevante de la política institucional de su país, y a inicios de este año proclamó a Juan Guaidó, presente en el lugar, como “presidente” de Venezuela.
El magnate presidente se ha referido concretamente a una cruzada contra el socialismo en suelo estadounidense (en una clara referencia al ala izquierdista emergente en el Partido Demócrata) y en el continente. De igual manera se ha referido a Cuba, Nicaragua y Venezuela como una “troika” que pretende derribar.
Mediante las medidas coercitivas y unilaterales que ha aplicado contra estos tres países, Venezuela es donde yace la “máxima presión” de la Casa Blanca.
Destruir al chavismo se convierte, entonces, en un objetivo estratégico de Washington claramente acompasado con el ideario político y la propia narrativa del mandatario. Los temas ideológicos suelen estar fuera del temario de campaña estadounidense desde 1989, pero Trump los ha revivido creando una nuevo enemigo, una nueva “amenaza”.
Joe Biden no se ha quedado atrás y ha suscrito la misma coherencia narrativa.
El peso político de Florida y sus lobbys
La colocación de la agenda contra Venezuela como modelo vitrina de las relaciones internacionales y el ejercicio de poder fáctico estadounidense para América Latina, tiene especial relevancia electoral para los republicanos y demócratas por las características electorales del sur de Florida, región capaz de definir las elecciones en dicho estado y, en algunos casos, ser determinante en las elecciones presidenciales.
La influencia de los lobbys mayameros originados desde la diáspora cubana, y ahora con la diáspora venezolana, es representativa del “voto hispano” en los “estados soleados”.
Más allá de lo electoral, el peso económico de estos y su creciente protagonismo en las cúpulas de dichos partidos se ha traducido en un cabildeo históricamente delineado para formular la política estadounidense con proyección a su “patio trasero”.
Estas gravitaciones políticas nuevamente se hacen presentes. Los senadores Marco Rubio, Bob Menendez y en el pasado reciente Ileana Ross-Lethinen, articuladores del asedio contra Cuba y Venezuela, son expresión de ese “estado profundo” que, de manera estructurada, modula la agenda aguas arriba y terminan siendo determinantes para el planteamiento de la política hemisférica de Washington.
Venezuela en el centro de las narrativas
EEUU ha emprendido como nunca una campaña centralizada en Venezuela, manufacturando la opinión pública en dicho país para legitimar su bloqueo económico y para azuzar las posibilidades de una intervención armada.
La consistente presencia de Venezuela en los grandes medios es evidencia del desplazamiento al Caribe del epicentro de la política exterior estadounidense y sus formas de agresividad.
De ahí que, para ambos candidatos, referirse de manera dura contra Venezuela y contra el presidente Nicolás Maduro es, además de tema de campaña, un asunto “de seguridad nacional”, de preservación de “la democracia” y de ratificación de los “valores” estadounidenses de cara a su papel “constructivo” en el hemisferio occidental y en el mundo. Insumos infaltables en una campaña estadounidense.
Ello le da a Venezuela un rol particularmente relevante como el que para los estadounidenses (más allá de la comunidad hispana) tuvieron las agresiones contra Irak, Afganistán, Libia y Siria en el pasado.
Tanto demócratas como republicanos, pero más especialmente estos últimos, han impuesto el falaz señalamiento de que Venezuela es un “narco-estado”, aunque sus propias agencias de seguridad lo descarten. Han colocado a la nación petrolera como país “terrorista”, siendo una “amenaza” para la seguridad estadounidense. Por lo tanto, estos elementos narrativos, las evocaciones al nacionalismo y al rol de EEUU como país “garante de la seguridad global” son perfectamente congruentes con un temario de campaña política.
En EEUU simplemente no pueden parar de hablar de Venezuela.
Los lobbys petroleros y militares al frente
El interés estratégico de EEUU sobre Venezuela tiene su mayor talante económico sobre sus reservas energéticas, las más grandes del mundo con 340 mil millones de barriles. El evidente interés estadounidense yace en la relación de subordinación que Venezuela tuvo con sus transnacionales durante más de 100 años, un ciclo que finalizó paulatinamente primero con el auge del chavismo y ahora con el bloqueo estadounidense.
Venezuela es hoy para las transnacionales petroleras estadounidenses un espacio perdido que desean recuperar. El cambio en el mapa de relaciones energéticas de Venezuela, hoy orientadas hacia China, India, Rusia y países de Petrocaribe, resumen una ruptura de la relación casi exclusiva que Venezuela tuvo con EEUU hasta 1999.
Como es sabido, las transnacionales petroleras tienen lobbys y mecanismos de financiamiento trabajando simultáneamente para ambos partidos estadounidenses, y ello explica por qué las declaraciones de Trump y Biden sobre Venezuela suelen ser idénticas.
Ambos candidatos demuestran a las transnacionales su nivel de compromiso con la recuperación del espacio perdido.
El andamiaje petrolero es tan importante como el andamiaje industrial-militar para la construcción de una arquitectura de la dominación estadounidense en el mundo. La recaptura de las principales reservas energéticas del mundo a favor de EEUU es un factor clave para rediseñar la estrategia norteamericana frente a los países emergentes que hoy disputan a EEUU el liderazgo mundial.
Venezuela es clave tanto para las transnacionales estadounidenses como para la propia estructura de poder de EEUU frente al mundo.
La necesaria “victoria” en la hoja de ruta de la campaña
La caída de Venezuela es un objetivo compartido para ambos candidatos y ambos lo reflejan de similar manera en sus discursos e intervenciones, esto pese a que los demócratas y los republicanos han estado en roles distintos en la generación de la crisis política y económica que hoy vive la nación caribeña.
Evidentemente el rol de Trump en su condición de mandatario, y por su hoja de ruta de desmantelamiento de Venezuela, es quien más espera cosechar los frutos de la “máxima presión”.
Bloqueo político y diplomático. Bloqueo financiero, comercial y petrolero. Seguidamente, amenazas de uso de la fuerza, promoción de la sedición interna e incursiones mercenarias fallidas, han estado a la orden del día. Pero el chavismo sigue en pie y las expectativas del magnate presidente se han visto frustradas, por lo que no es raro haber declarado que no era un acto descabellado reunirse con el presidente Nicolás Maduro.
Los demócratas, aunque afiliados a la estrategia “suave” en el Caribe han validado activamente desde el Congreso la “presidencia” espuria de Juan Guaidó desde 2019, en contadas ocasiones han cuestionado a Trump por sus arremetidas fallidas. Aunque la “estrategia Guaidó” tiene manufactura Trump-Pompeo-Bolton, los demócratas también necesitan que funcione por haberla apoyado y no haber hecho oposición política a Trump en tan fatídico plan.
Aunque se colocan en roles de acción distintos frente al nudo crítico venezolano, tanto republicanos como demócratas esperan capitalizar cualquier escenario, cualquier resultado y cualquier forma de arremetida que tenga lugar y que implique el debilitamiento o sedimentación del poder en la nación sudamericana.
De ahí el alto nivel de peligrosidad de la actual campaña política estadounidense para Venezuela.
Ambos candidatos necesitan que la situación en Venezuela empeore y por eso nos incorporan en su campaña, junto al discurso de EEUU que podría “salvar” a la nación petrolera de un caos que han patrocinado.
Una vez convertida Venezuela en una “promesa de campaña”, el ciclo de arremetidas en su contra no se cierra en noviembre, por el contrario, podría abrirse una nueva etapa con posibilidades aún insondables.
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