Si Guaidó maltrata a su perro o mata un cunaguaro, ¿el fiscal lo meterá preso?

Hijo de puta


Mi amigo el Profesor de Historia me envió por Whatsapp una serie de preguntas. La primera fue que si Juan Guaidó tiene un perro. Le respondí que no lo sé, aunque he visto que algunos bromistas lo llaman a él “perro blanco” por el parecido fonético de su apellido con ese sintagma en inglés (white dog). Antes de que yo le preguntara por qué tenía, así, de repente, esa curiosidad, me lanzó otra interrogante. “Si Guaidó tiene perro, ¿crees que alguna vez lo haya maltratado?”. Esta vez ni siquiera le contesté. Era obvio que me quería llevar a cierto terreno para hacer uno de sus planteamientos cáusticos. Esperé. Entonces, lanzó el misil que sospechaba: “Si logramos demostrar que Guaidó maltrata a su perro, ¿entonces sí, Tarek William Saab va a pedir que lo metan preso?”.

El Profe es así. Le gusta hacer reflexionar mediante una mayéutica que parece disparatada, pero que siempre trae sustancia.

Cuando no le sigues el juego, él insiste. En este caso, me dijo que de no tener perro o de tenerlo y no maltratarlo, aún cabía la posibilidad de que el autoproclamado haya cazado un cunaguaro o haya participado en el emborrachamiento de un mono. “No sería raro en un tipo que es pana de los capos de los Rastrojos”, comentó.

El Profesor de Historia ironizaba (lo aclaro para quienes no estén al tanto de ciertas noticias) acerca de la mano dura que ha evidenciado el fiscal general de la República para con quienes cometen delitos contra animales domésticos o silvestres; y el contraste con su aparente falta de determinación para pedir la captura judicial por la ristra de gravísimos delitos políticos y económicos por los que su despacho investiga al diputado que dice ser presidente de Venezuela.

A Saab no le ha temblado el pulso para abrir procedimientos relámpago y meter tras las rejas a las personas que han capado canes, tiroteado felinos o alcoholizado a primates. El Ministerio Público ha actuado de oficio, bajo la figura de la notitia criminis, que en algunos de los casos podría llamarse “tuit criminis” o “selfie criminis” porque los autores de la canallada se han sentido tan orgullosos de ella que han difundido imágenes en redes sociales, posando al lado de la fiera muerta o del pobrecito simio desfalleciendo de la curda.

En cambio, todo el mundo sabe que el fiscal se ha cuidado mucho de no solicitar la privación de libertad de Guaidó, a pesar de haber presentado múltiples “aperturas de averiguación” en su contra y a pesar de haber emitido dichas peticiones de detención contra los presuntos cómplices del parlamentario (Algo extraño en estricto Derecho: actuar contra los colaboradores del delito y no contra el autor).

El Profesor me plantea este tema porque sabe que tengo una relación de respeto y cordialidad con el poeta Tarek desde los tiempos ya remotos (años 80 y 90) en que él deambulaba sin descanso por todas las instancias del Estado venezolano, acompañando a familiares de los desaparecidos de la democracia puntofijista (esa que ahora nos quieren vender como ejemplar en materia de derechos humanos). Los reporteros de entonces queríamos ayudarlo a él y a esas tristes madres que llevaban décadas buscando los restos de sus hijos asesinados, pero pocas veces podíamos hacerlo porque nuestros jefes (algunos de quienes ahora dicen ser luchadores por la libertad de prensa) no querían “saber nada de Tarek ni de sus viejitas lloronas”, como me dijo uno de esos personajes en cierta ocasión.

Entonces, le digo al Profesor que le he formulado esa pregunta directamente y sin dobleces al fiscal. Que puede verla en el archivo del canal Youtube de LaIguana.TV correspondiente a 2019. También le he insistido en un par de conversaciones informales que hemos tenido después de esa entrevista. Y su posición es la que ya el país conoce: que los tiempos de la justicia son diferentes a los tiempos de la política.

Como comentarista del acontecer nacional he escrito varias veces que la estrategia de dejar que Guaidó se cocine en su propia salsa ha sido políticamente exitosa, pero muy perjudicial desde el punto de vista del daño al patrimonio público que ha hecho la camarilla que él, nominalmente, encabeza y que actúa bajo órdenes del capitalismo hegemónico global. Si bien es cierto que el liderazgo creado en laboratorios de marketing político se ha disuelto hasta el punto de que el mismo Donald Trump lo ha descartado, no es menos cierto que en año y medio, esa pandilla ha despojado al país de decenas de miles de millones de dólares en activos, cuentas bancarias y oro.

Entonces, la brillante jugada política de consumirlo en su jugo, tiene su correlato en una impunidad total para él, que indigna y descompone a amplios sectores del chavismo.

El daño no es solo al patrimonio material del Estado, porque la falta de sanción a este personaje inventado por la derecha más recalcitrante ha hecho mella profunda en lo que queda de la fe en el sistema de justicia. Se hace fuerte la sensación de que solo se está actuando contra gente que no tiene privilegios o que los ha perdido repentinamente. Algo verdaderamente grave para una gestión que surgió en respuesta a la etapa de perversión y corrupción galopante que precedió a Saab en el Ministerio Público.

Y aquí llegamos entonces al asunto de los perros mal capados, los cunaguaros cazados y los monos ebrios. Se trata de un tema que pone de relieve el peso que tienen ciertos gestos, determinados aspectos simbólicos, en la realpolitik.

En circunstancias “normales” (aunque en Venezuela esta palabra es muy cuestionable), esas actitudes de justicia ecológica del fiscal general tendrían un significado muy distinto al que tienen en el actual contexto. Seguramente serían aplaudidas a rabiar. Hoy por hoy se ven como una sobrecompensación del funcionario ante su obligatoria pasividad respecto al otro tema.

En un clima menos alterado, pocos se atreverían a reclamarle a Saab su actitud inflexible ante los cazadores furtivos o los maltratadores de animales, pues se trata de una causa justa. Menos podríamos hacerlo quienes lo conocemos un poco y sabemos que es un poeta y que, además, ha asumido los senderos del budismo, por lo que considera su deber cuidar no solo a los humanos, sino a todos los seres sintientes del universo. Sin embargo, en el entorno de impunidad para los megadelitos del autoproclamado y su combo, es difícil no ver esa inflexibilidad como una caricatura, como el punto de partida para la corrosiva mayéutica de un profesor en cuarentena.

(Clodovaldo Hernández )

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